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sábado, 14 de junio de 2014

Vencer o morir II: Algo más que un partido.

La victoria contra Estados Unidos fue contundente, siete a uno. Cuando marqué el séptimo gol en el minuto ochenta y nueve, miré hacia el banquillo buscando la aprobación del seleccionador, pero la mirada de Pozzo seguía perdida, como si su mente estuviera en otro lugar, cuando se dio cuenta de que le estaba mirando, Pozzo volvió en sí y me respondió con un titubeante gesto de aprobación. Me marché preocupado hacia el vestuario cuando abandoné el terreno de juego,  Combi, el portero de la selección también se dio cuenta, me preguntó que le pasaba, le respondí encogiéndome de hombros.

El siguiente partido iba a ser más que un partido, la república de España había derrotado a Brasil en Genova, gracias en parte a las soberbias paradas de su portero, Ricardo Zamora, sin duda, un muro difícil de derribar. Nos dirigimos a Florencia para hacerles frente. Se decía que para el Dulce aquello era más que un partido, era una batalla ideológica. Para Musolini todos los males del país fueron a causa de la democracia, democracia de la que España gozaba desde hace un par de años, algunos mandos del ejército nos hicieron saber de camino al estadio que era una obligación moral ganar a España.

El día del partido llegó, los españoles ondeaban con orgullo su bandera roja, gualda y morada. Nosotros estábamos confiados, jugábamos en casa, no teníamos miedo a nada. Pozzo sólo dio una consigna clara, avasallar la portería de Zamora, y así lo hicimos, al menos hasta el gol del español Regueiro en el minuto treinta, sin duda un jarro de agua fría para nuestras aspiraciones. El silencio envolvió el estadio mientras ellos celebraban su gol, mientras yo eché una mirada al banquillo donde no hayé aspamiento alguno de Pozzo, mas me pareció vislumbrar terror en su rostro. El partido siguió, no bajamos los brazos y el orgullo hizo que en el  cuarenta y cuatro Ferrari marcara el gol del empate. El marcador no se movió el resto del partido, lo que significaba que al día siguiente debíamos disputar el partido de desempate contra el mismo equipo.

El ánimo de Pozzo era algo más que preocupante, decidí dar un paso adelante y preguntar al seleccionador que le reconcomía, esperé a que mis compañeros abandonarán el vestuario para abordarle, fui directo, aquel semblante no era el de alguien que temía perder, empatar o ganar un partido, era algo más, tras insistir e insistir ante las negativas de Pozzo al fin me lo contó, me hizo jurar que no le contaría nada a mis compañeros. Pozzo me hizo saber que partido a partido los componentes del equipo nos jugábamos algo más que el prestigio y el honor, me hizo saber que Benito Mussolini, quería que la selección nacional ganara el campeonato a toda costa, quería utilizar este deporte para dar prestigio a su régimen, en tiempos tan precarios como los vividos en los últimos años,  el fútbol era  una vía de escape para los ciudadanos. Lo que le dijo el soldado al entrenador aquella tarde del primer partido es, que debíamos ganar, de lo contrario seríamos castigados, no específico el tipo de castigo, pero tras las muertes y las torturas bajo el régimen del Dulce algo podía imaginarme. Vi un atisbo de alivio cuando Pozzo me confesó su secreto, como sí se hubiera desprendido de un peso al compartir la carga con migo, el entrenador no quería contarle nada a los jugadores para evitarles la presión, y es que cuando uno de juega algo más que el prestigio, cuando uno se juega la piel, la situación de euforia se desvanece.

Al día siguiente sentí aquella presión en el túnel de vestuario antes del partido de desempate, antes de salir a la batalla vomité, mi estómago era un nudo que apretaba en lo más hondo de mis entrañas. Monti y Ferrari se dieron cuenta del estado en el que me amparaba, me excusé en seguida diciendo que era alguna comida que me había sentado mal. Me adentré al terreno de juego dispuesto a dejar en el hasta la última gota de sudor y sangre, estaba dispuesto hacer cualquier cosa por ganar cualquier partido, incluso destruirlos si hiciera falta. Fui el que jugó con más intensidad los primeros minutos de aquel encuentro, en el minuto once llegó mi gol, mis compañeros lo celebraban eufóricos, pero a mí la euforia se me iba en cada latido de corazón. A partir de aquel momento cada minuto se hizo eterno, el tiempo no pasaba al intentar defender el resultado, intentamos ampliar el marcador, pero una y otra vez nuestros disparos se encontraban con las paradas de Zamora. El partido acabó y todos celebraron el pase a semifinales con entusiasmo, todos menos yo, que compartía la carga de Pozzo.




Estábamos a dos partidos de salvar el cuello, Austria, que el día anterior había ganado a Hungría, esperaba. Mis compañeros, ajenos a la gravedad del asunto lo celebraban, en cambio yo, durante los siguientes días fui un fantasma, que sólo pensaba en detener el tiempo antes de enfrentarme al desafío. Por primera vez en mi vida deje de disfrutar del fútbol, para mí ya no tenia sentido alguno.

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