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domingo, 18 de mayo de 2014

El buen patriota V: La sombra del presidente.

Tres eran las muertes que se produjeron las últimas semanas, la muerte me rodeaba, mi viejo compañero Woodrow, el periodista Fischer y el hombre que era amante de este. En el aire quedaban muchas preguntas sin responder, el paradero de Mikael y aquel coche que me siguió el día que fui a visitar a Fischer. El jefe Ford decidió darme unos días de descanso debido a mi cercanía con las tres muertes, durante esos días me quede en casa, cuidando mi celoso jardín, leyendo algún libro y ayudando a Catherine. Seguía con mi vida normal de buen americano, sin dejar de dar ejemplo a mis vecinos. Una mañana de domingo recibí la inesperada visita de Damon, el joven torpe al que habían asignado como mi nuevo compañero, a regañadientes le invité a pasar en la casa.

Damon se golpeó en la pierna con la mesita del comedor, a veces no sabía si era así de tonto o de lo hacia, me pregunto como me sentía, a cada pregunta le respondía con monosílabos, no me gustaba abrirme a la gente, menos a alguien al que apenas conocía . Me empezó a contar su historia, me hablo sobre su familia, su niñez, su época en la marina. Damon quería que yo también le hablara sobre mi pasado, mis respuestas seguían siendo monosílabos. Catherine se encontraba en la cocina y le invitó a tomar un refresco, Catherine era cortés y afable con todo el mundo, era un rasgo que la caracterizaba, Damon accedió a la invitación. Damon salió al jardín con la excusa del buen día que hacia, echo un vistazo a la gran variedad de plantas que había en él, Miro el columpio de los niños, y el cemento puesto recientemente. Se dio cuenta de que había echo obras y se ofreció para alguna próxima vez que necesitara hacer alguna reforma en casa, dijo que el suelo no había quedado nivelado mientras caminaba alrededor de la superficie de cemento. La visita de Damon me empezaba a incomodar así que le invité sutilmente que se marchara, se marchó sin mucha insistencia por mi parte devolviendo la tranquilidad a mi hogar.

Al día siguiente debía verme con Sean Kidman. Kidman fue el hombre que facilitó mi entrada en la CIA, había sido uno de los asesores en el pasado de los ex presidentes Roosevelt, durante sus tres mandatos y luego de Truman. Con la vuelta al poder de los republicanos de la mano del nuevo presidente Eisenhower, Kidman se retiró. El ex asesor había mantenido enfrentamientos abiertos con personalidades partidarias de un ataque nuclear preventivo sobre la URRS, como el general MacArhur. Kidman se había citado conmigo en una cafetería del centro porque sabía que no estaba pasando por un momento personal no muy bueno, además unos días atrás le entregue el número de la matrícula del coche que me había estado siguiendo, prometió que averiguaría de quien era ese coche.

 Cuando llegué al lugar de la cita Kidman se levantó de la mesa donde estaba bebiendo un café y me recibió con un efusivo abrazo, me preguntó por mi mujer y mis hijos y me pidió que me sentara.  Después de pedir otro café para mí fue directo al grano, expresó su preocupación por la caza de brujas que se estaba emprendiendo en la CIA, una caza cada vez más intensa, yo resté importancia al echo pero el insistió. Me advirtió en que no confiara en nadie, ni siquiera en el jefe Ford. Aquella declaración me lleno de incertidumbre e inseguridad, todos teníamos un pasado dijo a continuación, incluido Ford, no me quiso aclarar el que o no lo sabía. A continuación me dijo la procedencia de la matrícula del vehículo que me estaba siguiendo, pertenecía a un negocio de alquiler de coches de segunda mano. Acabé mi taza de café y me despedí de Kidman agradeciendo su ayuda.

Al día siguiente de mi encuentro con Kidman me dirigí al negocio de alquileres de coches. En la recepción un hombre poco aseado me despachó de malas maneras, le pregunté sobre el vehículo al que pertenecía la matrícula que apunté, dijo que todas las salidas y entradas de vehículos quedaban registradas en un cuaderno, le pedí ver dicho cuaderno de entradas y salidas de vehículos a lo que el hombre se negó. Se lo pregunté de otra manera, con mi pistola apuntando a su cabeza, eso ayudo a que la actitud descortés del individuo cambiara por completo, revisé el libro comparando la matrícula del vehículo, al fin tenía el nombre del hombre que había estado siguiendo mis pasos el día de la muerte de Fischer, Peter Norris, compañero en la agencia y un nuevo posible enemigo.




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