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jueves, 24 de abril de 2014

Sagasta XI: El enviado de dios

Después de un breve descanso en el hospital de campaña, debido a las heridas sufridas  en los calabozos, del cuartel de Badajoz, Navarro y yo nos reunimos con el pelotón en Mérida, Riego no se encontraba ahí, había sido destinado a Málaga. A finales de septiembre nos trasladaron a Toledo,  Franco también estaría ahí, unos días antes, los nacionales habían entrado triunfantes en la ciudad, acabando con el asedio del alcanzar.

En un primer momento el objetivo después de la campaña de Badajoz era Madrid, pensé que por fin podría reunirme con mi familia y comprobar que estaban bien. Pero Franco decidió desviar a buena parte del ejército hacia un punto, de poca importancia estratégica, que era Toledo, la razón, socorrer a los hombres que durante más de dos meses resistían el ataque del ejército republicano en el alcázar . Ante tal decisión Yagüe protestó enojado, Franco le dio una patada en el culo y puso en su lugar a Varela.  La ciudad vivía un ambiente de júbilo y alegría ante la llegada de Franco, un ambiente festivo, que contrastaba con lo que yo había vivido, en los primeros meses de esta guerra.

El Rubio, Pedro y yo, nos encontrábamos en una vieja taberna, que había sufrido los estragos de la guerra, junto a Navarro y Eulogio Sacristán, guardia civil, viejo amigo de este, que había sobrevivido al asedio del alcázar. La taberna estaba vacía, entre el mobiliario destrozado encontramos una botella de vino polvorienta, el tabernero, ferviente republicano, había abandonado la ciudad antes de nuestra llegada, Sacristán sacó cinco copas igual de polvorientas y sirvió el vino en ellas para relatarnos su historia.

La toma del alcázar no era tarea fácil para los republicanos, situado en lo más alto de la ciudad de Toledo era una posición defensiva infranqueable. Cuando estalló la guerra los sublevados se confinaron en el interior del alcázar, los republicanos trataron de aniquilarlos con sus carros de combate, pronto escaseó la comida, los hombres debían racionarla pasando hambre día tras día. El agua era un bien escaso, un lujo para los meses más calurosos del año. En cuanto a la munición, debían usarla con tiento, cada disparo debía ser un tiro certero. El hedor de los compañeros muertos se metía en las fosas nasales provocando que a día de hoy aún lo sintiera, debían quemar los cuerpos apilándolos como sí fueran rastrojos mientras los rojos se burlaban y reían de ellos en el exterior de los muros. Estaban atrapados en la fortaleza, si intentaban huir, los de dentro los mataban por desertores, si conseguían huir, los de fuera les recibían con balas.

Sacristán contó que un antiguo compañero, Enrique Trujillo, al que creía su amigo, se unió a los republicanos. Trujillo aprovechaba la oscuridad de la noche para gritar hacia los muros del alcázar humillando a Sacristán, al principio fueron burlas, pero a lo largo de los más de dos meses, cuando los bombardeos cesaban y las balas daban tregua, Trujillo lo atormentaba con humillaciones y amenazas. Una noche, Trujillo, junto a otros rojos, bebían de un buen vino y comían unas liebres que habían cazado, Trujillo le describía el sabor de cada bocado h la sensación de cada trago, mientras el estómago de Sacristán rugía y su garganta estaba seca. Trujillo le gritaba que venía de calentar la cama de su mujer y su hija, las que Sacristán había dejado atrás. El guardia civil había perdido la fe, al igual que sus demás camaradas, cuando de pronto el ejército de África entró en Toledo aniquilando a las fuerzas republicanas que mantuvieron la defensa del sitio. Sacristán salió como un demonio de aquella fortaleza que podía haber sido su tumba en busca de Trujillo. Ajustó las cuentas con su antiguo compañero a golpes hasta que sus nudillos sangraban pelados y el cuerpo de Trujillo convulsionaba sin conocimiento, lo enterró aún vivo, pero sin sentido, en algún lugar del campo sin decírselo a nadie para que nadie pudiera rezar jamás por  su alma.

El guardia civil concluyó la historia ensalzando a Franco, que se había preocupado por los pocos hombres que habían quedado atrapados en el alcázar. Bebió su copa de un buen trago y gritó " !Viva Franco¡" Navarro siguió su consigna alzando su copa. Aquel viva a Franco se repetía en toda la ciudad durante todo aquel día, la gente lo veía como un salvador, como un ángel enviado de dios, había retrasado el ataque a Madrid por unos pocos hombres, poniendo así en peligro el fin de nuestra causa. Pienso que a los que mandan les da igual la vida de unos pocos hombres, pero enseguida me di cuenta de aquella jugada maestra. Franco se enfrentó a Yagüe por una posición sin importancia acrecentando su liderazgo en aquel acto temerario, aquel enviado de dios, realizo el acto más heroico de los últimos meses, salvado a hombres a los que convertiría en leyenda y ganándose así a las masas. Patrañas, A Franco le daban igual las vidas de aquellos hombres, aquello era puro teatro y propaganda, había convertido aquella guerra en su guerra, ya no perseguía un bien común de todos sino un propósito personal, el hombre que hace unos meses dudaba en unirse a la rebelión, pretendía liderar este país.




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