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viernes, 25 de abril de 2014

Sagasta XII: Un hombre bueno.

Noviembre ya había empezado, nos dirigimos a Madrid para tomarla, quien tenía Madrid ganaba la guerra, tomamos con facilidad la base aérea de Getafe y eso subió nuestra moral, se oían rumores de que el gobierno republicano se había trasladado a Valencia , dejando atrás a los hombres que luchaban por ellos,  estaban seguros de nuestra inminente victoria. No tenían nada que hacer contra nosotros, en pocos días esta guerra llegaría a su fin y la podría dejar atrás como si de un mal sueño se tratara.

El ejército se enfrentó en la casa de campo a los republicanos, no esperábamos los tanques soviéticos, la batalla fue más dura de lo que pensamos. Nuestro pelotón se enfrentó junto a otros pelotones más en una población cercana, intentando mermar la resistencia de los milicianos en una lucha encarnizada. Prieto insistía en que no dejásemos a ninguno de esos cabrones vivos. El Rubio estaba tan efectivo como siempre, sereno hacia gala de una precisión fuera de lo común, Navarro lanzaba más insultos que balas, Pedro era aparentemente el más inexperto, se santiguaba cada vez que mataba a alguien y yo disparaba con la esperanza de que cada hombre que se desplomaba en el suelo, sería un obstáculo menos para llegar al final de la guerra y reunirme al fin con mi familia.

La contienda seguía su curso, de repente El Rubio bajo su arma, volvía a apuntar y volvía a bajarla, sus labios murmuraban algo que no llegué a entender entre los truenos y las explosiones, estuvo un buen rato repitiendo los mismos gestos incómodos, algo le pasaba, agachaba la cabeza y volvía a mirar hacia la posición enemiga como si no creyera lo que veía, se frotaba los ojos y secaba el sudor de su frente con la manga del uniforme. Pronto vi hacia donde miraba, había dos hombres, igual de rubios que él, se movían de cobertura en cobertura con soltura, provocando bastantes bajas en nuestro bando con el fuego de sus fusiles.

"!Los quiero enterrados!" Gritaba Prieto mientras todas nuestras armas no cesaban de escupir fuego, todas menos las de El Rubio, que parecía sumergido en una vorágine de pensamientos y dudas. "Son mis hermanos" conseguí escuchar lo que decía El Rubio. Eran sus hermanos, el Rubio hablaba poco, pero cuando hablaba era por algo. Sus hermanos disparaban contra nosotros, El Rubio se encontraba entre la espada y la pared ¿ Que podía hacer?

Prieto le empezó a mirar inquisitivamente, hacia rato ya, que no salía ninguna bala disparada de su arma, El Rubio volvió la vista hacia mí, "son mis hermanos"  repetía una y otra vez mientras Prieto y sus hombres disparaban sin cesar. El Rubio bajó su arma, apuntó a su pie y apretó el gatillo. Gritaba, decía que le habían disparado, Pedro y yo corrimos a auxiliarle, Prieto ordenó que lo lleváramos al hospital de campaña con la mosca detrás de la oreja. Dolorido y quejado El Rubio esbozaba una sonrisa picaresca mezclada con el agudo dolor, había conseguido salirse con la suya, interpuso sus sentimientos a su deber, algo que no debe hacer un soldado ¿sería yo capaz de algo así? Espero nunca tener que averiguar sí seré capaz de disparar a mi familia. Pero lo que sí es verdad es, que  Fernando Cárdenas, El Rubio, dejó de ser soldado aquel día para convertirse en un hombre bueno.

Nos equivocamos, nos quedamos a las puertas, aquellos hombres creían en lo que luchaban, contaban con la ayuda soviética y las brigadas internacionales. Aquel día no ganamos la guerra, en noviembre del treinta y seis estábamos muy lejos del final.




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