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lunes, 28 de abril de 2014

Sagasta XV: En el amor y en la guerra.




Riego conocía mi secreto, casi desde el primer momento lo sabía, pero no hizo nada, no me delató, ni me mató con alguna bala perdida en el campo de batalla, no entendía el porque, simplemente me torturaba con trabajos calamitosos sin dirigirme la palabra. Riego no podía se el cancerbero de Pilar eternamente, esos momentos libres me servían para verme con Pilar de manera furtiva e improvisada. Al principio la veía por tratar de devolverle la sonrisa, pero con el tiempo, su compañía se convirtió en mi necesidad. Así fue como bajo un manto estrellado de una noche de verano nos besamos en un callejón, ajenos a los ojos curiosos. No fue un beso buscado, simplemente nuestros labios se atrajeron  hasta rozarse.

Mientras tanto en el cuartel, los rumores de un espía entre nuestras filas sonaban con más intensidad día tras día. Fue por eso que Riego, ajeno a mi historia con Pilar, nos reunió a unos cuantos, nos dijo que alguien de confianza le había contado que el traidor se reuniría con un contacto a las afueras de la ciudad en un bosque cercano. Nos pidió que no contáramos nada a nadie, sólo quería contar con hombres de confianza para emprender dicha misión. Era extrañó pensar que entre esos hombres estuviese yo.


Riego nos dirigió, hacia las afueras,  a El Rubio, a Rabasco y a mí, acompañados por Robles y Castillo, dos soldados curtidos en infinidad de batallas. Nos adentramos en aquel bosque seco, pensé que éramos un blanco ideal para una enboscada, más lo pensé cuando Riego decidió que nos dividiéramos en grupos de dos, para cubrir más terreno, a mi me tocó con él. Avanzamos durante unos diez minutos, Riego y yo solos, con el único sonido de nuestros pasos y la brisa acariciando las hojas. Riego ordenó que me detuviera con el fusil en alto.


Sin dejar de apuntarme, mi viejo amigo convertido en enemigo me lanzó un maletín de piel y una bota de vino, me pidió que bebiera de ella, decía que por los viejos tiempos y nuestra amistad, dejaría que me fuera al otro barrio con la tripa llena de vino. Me pidió que abriera el maletín, en su interior había documentos como para declarar traidor a cualquier insensato que los portase. Él era el traidor, hizo su papel muy bien desde el principio, ganandose la confianza de los oficiales desde que lo conocí en Melilla, ganandose la confianza de hombres como yo, favorables al golpe de estado. Hizo su papel tan bien, que me obligó a matar a Murillo, mi amigo y hombre fiel a su causa, apuntandome con su pistola en la sien. Me recordó la noche en la que conocí a Pilar, me recordó que no pude escuchar la conversación que tuvieron, Pilar era su contacto, no le podía creer. A Pilar la amaba con locura, pero no fue por amor por lo que apresó  a Santiago. Los rumores sobre una red de espionaje cada vez eran más crecientes, pretendía que Santiago confesara algo que no era, quitándose así el muerto de encima. Por eso a mí no me mató, pretendía que yo fuera su vía de escape ahora que los rumores sobre un espía entre nuestras filas volvían a sonar,  el muerto lo debía cargar yo.


Antes de pronunciar mis últimas palabras un trueno sonó, levantando el vuelo de las aves. Riego bajo su arma despacio mientras yo palpaba mi pecho en busca de sangre o alguna herida, pero no me dolía, no sentía nada. Riego se giró sobre si, y cayó mal herido con sangre en la espalda. El Rubio salió de entre unos árboles, se acercó y puso su mano sobre mi hombro, me dijo que lo sentía, pensó que Riego era una presa y le disparó pensando que esta noche tendríamos una buena cena. Riego intentaba reincorporarse, El Rubio desenfundo su pistola, y alojó una bala sobre el cráneo del traidor republicano.


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