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domingo, 15 de junio de 2014

Vencer o morir: Final

El partido contra Austria se resolvió con un temprano gol de Guaita, a partir de ahí defendimos el resultado como gladiadores, así sólo quedaba una piedra en el camino, Checoslovaquia, que había vencido contundentemente a Alemania con tres goles de Nejedly, este jugador estaba realizando un buen campeonato, con sus cinco goles en el campeonato era un peligro constante para cualquier área  rival, sabía de él por que era una pieza importante en su club, el Sparta de Praga.

Mis compañeros estaban eufóricos en el vestuario antes de disputar la gran final de aquel diez de Junio de 1934. El entrenador y yo intercambiamos serias miradas cuando alguien nos sacó de nuestro limbo tocando a la puerta. Pozzo abrió la puerta, un soldado sin decir nada le entregó un telegrama. El entrenador cerró la puerta a la vez que pidió silencio a sus jugadores antes de leer el mensaje, todos obedecieron, sólo algún murmullo cortaba el silencio, mientras el entrenador leía el telegrama en voz inaudible, la transformación en la expresión de Pozzo hacia que la tensión creciera y que nos asfixiara en aquellas cuatro paredes. El entrenador tiró con rabia el telegrama al suelo, Ferrari preguntó inquieto qué pasaba, todos se preguntaban cual era el contenido de aquel mensaje. Recogí el papel del suelo, era un mensaje directo de Benito Mussolini, aquel mensaje sólo contenía una frase, tres palabras, pero que eran suficientes para derrumbar una vida, "Vencer o morir", aquel era el contenido del mensaje, aquel era todo el apoyo de nuestro máximo dirigente, un mensaje teñido de muerte que petrificó a todos, "Vencer o morir". La alegría que unos minutos atrás llenaba el vestuario desapareció, los jugadores se miraban atónitos, el entrenador, al fin, decidió hablar.
-Me da igual como ganen hoy, pero deben ganar, no me valen las excusas ni los lamentos, ellos no son mejores que nosotros, nosotros tenemos algo más por lo que luchar. Piensen en sus familias, en sus hijos, sus padres, piensen en todo lo que pueden perder, piensen en que esos once hombres que encontrarán ahí fuera son lo único que se interponen entre todo lo que aman y ustedes. Hagan todo lo posible por sobrevivir hoy, jueguen sucio si es necesario, al fin y al cabo, la supervivencia trata de eso.

Las palabras de Pozzo sirvieron para salir fortalecidos al tapiz verde del estadio nacional fascista de Roma, los himnos sonaron, Mussolini saludaba a la multitud concentrada en el estadio, vislumbré temor en la cara del árbitro que poseía el balón en su mano, el esférico no tardaría en rodar en cuando el colegial se echo el silbato a la boca. Fue una primera parte igualada, pero a mis compañeros y a mí nos faltaba algo, quizás alegría, o quizás nuestras piernas no respondieran por el miedo. La primera parte finalizó, en un partido aburrido para el espectador, concentramos nuestra estrategia en la defensa por temor a que nuestra portería fuera perforada, por parte de los checos, su estrella, Nejedly, apenas pudo brillar.

Dio comienzo la segunda parte, el ataque de Checoslovaquia era más agresivo, estaban dispuestos a acabar con nosotros, y así fue, a catorce minutos del final marcaron, los ojos de nuestro portero, Combi, se humedecieron, pedía perdón a todos, no había nada que perdonar, intentamos animar al guardameta como pudimos, me quedé con los brazos en jarra y dirigí mi vista al palco, no percibí emoción en el semblante de Mussolini, no había ira, no había enfado, no había nada, le miré como sí fuera un emperador en un circo romano, buscando su aprobación, o esperando que se manifestara con el pulgar abajo.

Les recordé las palabras del entrenador a todos, ellos no eran mejores que nosotros, teníamos mucho por lo que luchar, nos conjuramos por un único objetivo, vivir. Marcamos en el ochenta y uno con gol de Orsi, nuestro delantero, Shiavio, marcó cinco minutos después de que finalizara el tiempo reglamentario, los Checos protestaron por el excesivo tiempo añadido a un árbitro con la mirada aliviada después de nuestro gol. Celebramos con furia la victoria, nos abrazamos y lloramos juntos, manteamos a Pozzi que volvía a reír después de muchos días de angustia.



Cuatro años después,  repetimos la hazaña en el mundial de Francia, de nuevo bajo las presiones y las amenazas del régimen, éramos  mucho más fuertes. Recuerdo la final contra Hungría, ganamos cuatro a dos, el portero Húngaro sonreía al finalizar el partido, jamás vi a alguien sonreír después de encajar cuatro goles, quizás supiera a que nos exponíamos sí perdíamos. Un año después estallo la guerra que arraso Europa, dejando a su paso, muerte, hambre y miseria, los horrores bélicos, jamás vistos, que dejó aquella guerra relegaron nuestra historia a un segundo plano, todos olvidaron nuestra hazaña. Para nosotros la guerra empezó mucho antes, cuando éramos mucho más que jugadores jugando por honor o diversión, cuando éramos gladiadores que luchaban en la arena por su vida, éramos soldados que nunca dispararon un fusil, nuestras armas eran nuestras piernas, y nuestra bala sólo una, una pelota que decidiría nuestros destinos para siempre.

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