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domingo, 7 de agosto de 2016

Cuando el hombre caminaba entre monstruos

El hombre ďomina la tierra, es un hecho indudable en nuestra era, hacemos usos de los recursos y transformamos el paisaje como dueños absolutos de todo lo que nos rodea, como si fueramos los únicos habitantes de este mundo. No siempre fue así, la mayor parte de la existencia de la especie humana transcurrió durante el Pleistoceno , donde el humano era un eslabón más de la cadena alimenticia y no el mayor depredador, la naturaleza era un mortal enemigo al que el homire supo sobreponerse y dominar. En ese habitad mortal, el hombre se enfrentó a los mayores mamíferos que jamás conoció este mundo, auténticos monstruos a los que sobrevivimos, aun sin ser los más fuertes ni los más rapidos  pero contando con el arma más poderosa, nunca antes conocida en ningún otro genero animal, capaz de lo mejor y de lo peor y exclusiva de los hominidos, la capacidad de razonar, nuestra mente, desarrollada  gracias a nuestra motricidad bipeda de la cual hablamos en otra entrada. Tal vez por nuestra propia naturaleza depredadora, o por el cambio climático que dio paso del Pleistoceno al Holoceno, con el fin del periodo de las glaciaciones, con un aumento de las temperaturas que permitió nuestra paulatina sedenterización y nuestro desarrollo durante los siguientes 10.000 años hasta lo que somos ahora.



Bestias de la naturaleza.


Como bien hemos dicho anteriormente el humano no era ni el más rápido ni el más fuerte dela reino animal dicho honor quedaba reservado a las grandes bestias que hoy quedan en el imaginario colectivo, uno de los más conocidos fue el Mamut que se extendió por prácticamente todo el mundo en diferentes especies, de dimensiones parecidas al elefante africano supuso una importante fuente de alimento para el hombre, todo un gigante al que hacer frente que precisó de la colaboración entre los miembros de un grupo humano para dar caza. Muestra de estas cacerías las encontramos en Norte América, con los restos de mamut entremezclados con puntas de flecha de la cultura Clovis. La acción antrópica podría haber supuesto la extinción de este gran mamífero, como en el caso del Megaloceros (ciervo gigante) o el uro, un bovino de un tamaño mayor que el toro, la caza masiva también acabó con  su existencia.

Comparación entre uro y toro






Hemos hablado de grandes animales, peligrosos a pesar de ser una gran fuente de alimento, pero, que hay de nuestros depredadores. Tal vez el menor de los problemas del hombre fuera el perro salvaje, a partir de ahí la escalada de grandes carnívoros va en aumento, desde el lobo gigante, que pudo llegar a pesar unos noventa kilos a la hiena gigante, otro peligro para el hombre de Australia fue el Megalania prisla, similar al dragón de Komodo pero de mayor tamaño en unos ocho metros de longitud. La hiena gigante que tenía el doble de tamaño que la hiena actual. Pero si hay dos depredadores que se llevaron la palma fueron en primer lugar el oso cavernarío, que no sólo supuso un depredador sino también un competidor a nivel territorial, ya que las cuevas lugar del habitad del oso, resultaban un lugar idóneo para resguardarse del frío , tal vez esta competitivas  precipitara la extinción del oso de las cavernas, ganando así la  batalla el hombre.




Por último tenemos al Smilodon conocido popularmente como tigre dientes de sable, rivalizando en tamaño con el tigre de bengala, a diferencia de éste se cree que vivían en manada.




 A diferencia de los grandes felinos que matan a sus presas por estrangulación, estos podrían haberlo hecho mediante ataques rapidos directos a la yugular gracias a sus característicos dientes, si hubieran usado el método de la estrangulación sus dientes corrían el peligro de partirse. Esta caza selectiva buscando presas grandes podría haber sido parte de la causa de su extinción.




Pero tal vez el mayor enemigo del hombre entre todos estos gigantes fueran de hecho los microorganismos, donde cualquier infección servía como caldo de cultivo, para acabar con cualquier vida en cuestión de días. Ya fuera una herida provocada por un mordisco, un desgarre o la rotura de un hueso.

El depredador perfecto.


No nos engañemos, cuando hablamos de estos anuestros lejanos solemos caer en una gran equinvocación, subestimamos su mente y sus capacidades, cuando en realidad ellos fueron capaces de hacer frente a un entorno tan hostil, tal vez la diferencia entre nuestros antepasados y nosotros es que ellos sobrevivirían en esta época, pero nosotros no dudaríamos una semana en su mundo, durmiendo con un ojo abierto por no ser sorprendidos, manteniendo vivo el fuego para no morir de frío, elaborando útiles líticos (puntas de flecha, hojas, buriles, raspadores...) que nos sirvieran de instrumentos de caza, defensa y herramientas de trabajo, y mejorando el acabado de estos útiles con el paso de los siglos.



 El depredador que una vez fue presa se antepuso a todos sus competidores, los grandes depredadores desaparecieron para dar paso a un peligro mayor, el hombre. El hombre supo durante siglos en que habitad vivía, cazaba o era cazado, siendo nómada durante mucho tiempo, enfrentándose a nuevos entornos y a lo desconocido en cada paso, en grupos poco numerosos y enfrentándose a otros hominidos buscando también un buen habitad para sobrevivir. Muchos autores apuestan por el carroñeo de los hominidos en sus primeras etapas, debido a lo difícil que podría ser para losu Homo abilis o Homo erectus la caza mayor, tanto por sus capacidades físicas como por sus herramientas en estas primeras etapas de la humanidad, en este caso hablaríamos de cantos rodados propios del Olduvayense o bifaces propios del Achelense, pero la existencia de fosos trampa para la captura de grandes presas pone en duda que el hombre en sus primeras etapas solo tuviera el carroñeo como única fuente de alimentación.



El hombre se antepuso por su mente y suspicacia a todo peligro, volviéndose más fuerte y matando si era necesáreo. Para ello se separó de la naturaleza, rompiendo sus reglas y transformándola, así nos hemos ido separando más y más de ella, haciendonos menos vulnerables ante ella. Para bien o para mal, todo ello ha servido para llegar hasta hoy. Resulta curioso que después de afrontar tantos y tantos peligros, sea nuestra grandeza la que acaba destruyendonos.





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