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martes, 13 de mayo de 2014

El buen patriota II: Nuestro hombre en Moscú

Soy un patriota ejemplar, un ciudadano cristiano practicante, hago mis donaciones a la iglesia. Con una buena esposa, Catherine, y dos hijos, Michael, de diez años, alumno aventajado y jugador de béisbol, y Julia, de siete años, la pequeña Julia ya sabe situar en el mapa los estados de nuestro país. Somos unos americanos ejemplares, con todas las prácticas ejemplares que hacen a una familia americana buena y bien vista por la sociedad.




Arnold Reagan, nombre en clave Mikael, es todo lo opuesto a mí. Ateo, reservado, sin amigos, sin familia, alguien mal visto por la sociedad. Es agente doble, dedicado al contra espionaje, los soviéticos piensan que trabaja para ellos, pero no es así. Él es nuestro hombre en Moscú y nunca nos ha fallado.  Se gano el favor de los soviéticos durante la guerra de Grecia, estuvo del lado comunista, o eso hizo ver, arriesgo la vida por su patria, aguantando como pudo nuestros cañones y nuestras balas, sus acciones llamaron la atención de la KGB que no tardó en reclutarlo entre sus filas. Hasta ahora había echo un buen trabajo para la CIA, el nos advirtió unos meses antes de que espías soviéticos habían facilitado los planos de la bomba atómica al gobierno de Moscú, así fue como en mil novecientos cuarenta y nueve, ya hace dos años, la Unión Soviética había conseguido detonar su bomba atómica, similar a la que detonamos en Hiroshima y Nagasaki. También nos soplaba información sobre los espías que actuaban en nuestras ciudades, eso nos facilitó mucho las cosas a la hora de dar caza a los comunistas.

Woodrow y yo debíamos reunirnos con Mikael en un parque del centro de la ciudad, debía pasarnos el informe mensual sobre las operaciones de espionaje soviéticas en suelo americano. Mikael parecía un vagabundo al que sólo le faltaba mendigar, al menos esa era la impresión al verle vestido con esa ropa sucia y vieja, pero su aspecto físico nada tenía que ver con su vestimenta, era alto, parecía haberse endurecido con el frío ruso, con la cara recién afeitada y el cabello rubio y corto, además había oído de el que hablaba un ruso con una pronunciación perfecta. Me senté en el mismo banco en el que él estaba mientras Woodrow daba una vuelta a los alrededores, no nos saludamos, la primera razón era para ser lo más discretos posibles, la segunda razón era nuestra  relación tensa. Hacia tiempo que le insistía en el nombre de sus informadores, si a él le pasaba algo nos quedábamos ciegos, y con sus nombres podríamos recurrir a ellos en caso de que cualquier desgracia le pasara, Mikael siempre se negaba a ello, quería protegerlos de cualquiera, incluso de nosotros, los buenos.

Aquella tarde procedimos como siempre, sin mirarnos a la cara me pasó un sobre, con una lista de posibles espías, nombres de hombres y mujeres que tenían una doble vida. Le volví a insistir sobre sus informadores, como era de esperar Mikael se volvió a negar, pero esa vez me hizo una revelación perturbadora. Había un espía en la CIA, sólo era cuestión de tiempo que conociera su nombre. Le dejé en el banco como siempre mientras daba de comer a las palomas, la duda me invadía, un espía ¿Pero quién? Los nombres surgían en mi cabeza, Norris, Woodrow o algún jefazo ¿sobre quién caerían las sospechas? Debía estar preparado para lo peor. Como dijo Mikael, era cuestión de tiempo que el espía cayera.


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