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viernes, 18 de abril de 2014

Sagasta V: Hombres y monstruos

Riego salió de la habitación mientras se frotaba los nudillos aparentemente doloridos, buscando con una sonrisa disimulada algún signo de aprobación en mí que no encontró. Durante las dos horas precedentes, desgarradores gritos y tronantes golpes  sonaban a través de las paredes, haciendo que los presos sentados en el umbral de la puerta se encogieran entre sus rodillas, cuando Riego giró el pasillo, perdiéndole así de vista, me dispuse a descubrir en que había  ocupado su tiempo mi compañero.

Abrí la puerta temeroso, como los chiquillos adentrándose en alguna leyenda negra que sus ancianos les contaron. El preso estaba atado por los brazos de la silla en la que se hallaba sentado, sólo vestía unos calzones blancos manchados de sangre y orín, los moratones, las heridas y las quemaduras de cigarro eran la prueba de que el soldado se había ensañado con el joven ¿su delito? El amor correspondido de Pilar, la mujer a la que Riego deseaba. Cuando acerqué mi mano a su mentón para ver mejor su rostro, el chico apartó la cara como un animal asustadizo, no tenía miedo de mí sino de mi uniforme, quizás pensara que mi cometido era proseguir con la tortura. Le pregunté cual era su delito y el me contestó negando con la cabeza que no era ningún rojo, volví a lanzar la misma cuestión alzando más la voz, al fin contestó, contestó que no lo sabía, que aquel otro soldado fue a buscarle por la noche a la casa de sus padres y le trajo hasta aquí, aquel otro soldado le obligaba a confesar un delito que no había cometido.


Terminé mi guardia pensando en aquel chico,  antes de abandonar la habitación, me hizo prometer que le dijera a sus padres que estaba bien, su nombre era Santiago Golvano, hijo de un carpintero conocido en la ciudad, decidí concederle el deseo nada más salir del hospital. Cuando llevaba caminando un buen rato a solas con mis pensamientos, el joven soldado Pedro me sorprendió en una estrecha calle, sólo iluminada por unos escasos rayos de luna, preguntó a donde me dirigía con tanta premura, unos recados contesté,  decidió acompañarme sin pestañear, al parecer, no tenía nada mejor que hacer que seguirme a todas partes.





Estábamos a punto de llegar a nuestro destino, yo en silencio ya que Pedro hablaba por los dos, cuando de pronto, un grito de mujer sacudió  la calma de la noche, corrí hacia la voz que pedía auxilio, sentí el paso algo torpe de Pedro a mi espalda, a cada zancada sentía que estaba más cerca del foco de la voz. La voz me guió hasta una callejuela sin salida donde una casa abandonaba acogía en su interior la desesperada voz. La puerta estaba abierta y me adentré sin dudar, Pedro decidió esperar afuera, "!Serás mía te guste o no¡" una voz se alzaba sobre los gritos cada vez más débiles, Riego estaba sobre el cuerpo de la joven Pilar semidesnuda, las manos del soldado rodeaban el cuello de la chica con fuerza. Me abalance sobre Riego propinando un fuerte puñetazo sobre su mejilla, tumbé a aquel cabrón de un plumazo,  miré a Pilar, aún estaba viva. No reconocí a mi amigo, aquel hombre no era él, aprovechó la guerra para solucionar sus rencillas personales, acusando a un hombre inocente y violando a la mujer que amaba, parece ser que la guerra convierte a los hombres en monstruos. Riego me dirigió una mirada revanchista desde el suelo mientras frotaba su mejilla magullada, se levantó y se dispuso a marcharse. Antes de que abandonara la estancia le dije que ya estábamos en paz, a fin de cuentas, el fue el que me puso en su día una pistola en la sien.


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