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domingo, 27 de abril de 2014

Sagasta XIV: Lejos de la batalla.

Abrí los ojos, aún sentía aquel dolor del infierno. Ya no estaba en aquella casa, sobre el duro suelo, me hayaba tumbado sobre una superficie blanda, intenté moverme, pero algo tiraba sobre mi herida provocándome una punzada de dolor agudo. Miré a un lado y a otro, sentí una brisa fresca procedente de una ventana entreabierta, una mujer de blanco, una enfermera, se apresuró a cerrarla. Vi una cama frente a la mía y un bulto tapado entre las sábanas de la cama de enfrente, un hombre, alguien había corrido peor suerte que la mía. Me llevé la mano a la cara y sentí mi  ¿barba? Una voz familiar me dijo que me había perdido el año nuevo del treinta y siete, pero todo seguía igual. Era El Rubio, con la pierna en alto, rebañando pan en una especie de papilla.

Mi recuperación fue lenta, durante meses deambulé por los pasillos de aquel hospital en Sevilla, a los pacientes más estables nos trasladaron ahí, lejos de la batalla, era más seguro. Hice nuevos amigos con los que El Rubio y yo jugábamos a cartas mientras llegaban noticias del frente, todo seguía igual, Madrid resistía nuestro ataque. Todos ahí teníamos una historia que contar, todos enseñábamos con orgullo nuestras heridas, quizás algunos como el soldado Rabasco, un hombre menudo y dicharachero, exagerasen su historia. Rabasco también hablo de los rumores que circulaban sobre espías entre nuestras tropas, yo no podía imaginar aquello, pensar que alguien con el que he sangrado sea un traidor. Todos  tenían una historia que contar orgullosos menos yo, como les iba a contar a aquellos soldados que había volado la cabeza de un compañero por salvar a un niño, al hijo de un hombre que atentó contra nuestras vidas. A decir verdad, a esas alturas ya tenía bastantes cosas que ocultar.


Me dieron el alta con la posibilidad de elegir destino, a El Rubio se la dieron un poco antes, me dijo que su destino era Cádiz, decidí seguir sus pasos, para mí la ciudad ya era familiar, bastante familiar. En realidad pensaba en la joven Pilar ¿estaría bien? Por salvarla me gané la enemistad con Riego, algo dentro de mí, tal vez fuera insensatez, me obligaba a comprobar que Riego no había intentado hacer ninguna nueva locura. 
Me presenté en el cuartel esperando al oficial que me asignaría un puesto, me hizo esperar mucho, tenía ganas de verme, tenía deudas pendientes, con una malévola sonrisa y con un brillo de maldad en los ojos me recibió, un hombre que había destacado en la lucha por la conquista de Málaga bajo las órdenes de Varela, con méritos de guerra. El recién ascendido sargento Riego.

Limpieza de letrinas, guardias interminables de novato, permisos denegados. Riego tenía todo un sinfín de tareas encomendadas especialmente para mí. Nada quedaba ya de aquel hombre con el que compartí mesa, penas y risas hace casi un año en Melilla. Todo cambió cuando se volvió loco por desamor, desde que marqué mi nudillo en su mejilla, no habíamos vuelto a cruzar palabra, algo de lo que no me arrepiento, intentó violar a Pilar, casi la mata con sus propias manos, eso no era propio de un hombre, como podía hacerle algo así a alguien a quien amaba. Mientras pensaba en aquello una duda me sobrevenía ¿ Que fue de la joven Pilar? Pronto lo averiguaría.


Era Marzo, por fin contaba con un permiso, en Sevilla se organizaba una semana santa inusual, con las noticias de las victorias y derrotas de nuestro ejército. Decidí trasladarme durante los dos días que disfrutaba del permiso junto a Rabasco para alejarme y desconectar de la dura vida del cuartel. Ahí la vi, en medio de la multitud la joven Pilar, con los ojos hundidos en miseria, contemplando la comparsa de las cofradías que se habían salvado de los saqueos en tiempos de la república. No estaba sola, a su lado, Riego con la mano en su grácil hombro, con expresión orgullosa, como un cazador presumiendo de la pieza recién cazada.


Pilar me vio, me miró como si hubiera visto a un ángel, su cara se iluminó, la joven intentó disimular su asombro. Vi como se alejaba de Riego sin que este se diera cuenta, ensimismado en la marcha de la procesión. Pilar avanzo hacia un callejón sin apartar la mirada en mí. Parecía que la chica quería llamar mi atención y decidí acercarme.




La encontré en el callejón temblorosa, sin mediar palabra me abrazo efusivamente y me dio las gracias por haberla defendido aquella noche en la que Riego intentó violarla y también me las dio por haber facilitado la huida de Santiago. Santiago en contra de lo que le pedí aquel día, se despidió de Pilar y de su familia, les dijo que yo era un héroe. Había otra cosa más, Pilar me advirtió de algo, algo que me dejaría helado, le confesó a Riego lo que yo había echo por su amado Santiago, se lo confesó porque ella aún esperaba a Santiago, para darle la repuesta a Riego del porque no le correspondía. De poco sirvieron las excusas, esa chica estaba con Riego a la fuerza.  La cuestión era que Riego sabía mi secreto y yo estaba en sus manos 



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