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miércoles, 23 de abril de 2014

Sagasta X: La conciencia del soldado.

Los bombardeos   no cesaron hasta bien entrada la tarde, algunos proyectiles cayeron cerca, en nuestra celda trozos del techo y de pared caían con las sacudidas más intensas, el silencio se rompía con cada fuego de mortero y por el motor de los aviones que  sobre volaban la ciudad. Tuve la oportunidad de ver por una pequeña rendija la destrucción en las calles desiertas que rodeaban el cuartel, el polvo suspendido en el aire llegó hasta mi celda, todo el mundo en aquella ciudad se refugio y el imprudente que había salido de su escondrijo habría muerto por la explosión de algún proyectil, como la niña que yacía en el suelo empapada de sangre y cubierta de escombros en una travesía, la que debía ser la madre lloraba desde el umbral de la puerta de la casa intentando liberarse de los brazos de un hombre que le pedía que no saliera por ella. El techo de algunas edificios a lo lejos se había hundido, me sentí afortunado por no haber sufrido la misma suerte en mi caustro, donde no tenía escapatoria alguna.

Una brecha se abrió en el muro, escuché los cánticos de la legión que corrían hacia el muro, los republicanos tomaron las ametralladoras saliendo de sus refugios y abriendo fuego , vi como muchos legionarios caían intentando atravesar el muro, los cánticos no cesaron , es más sonaron más fuertes, a pesar de los compañeros caídos,  nada intimidaba a la legión, un flujo de hombres interminables irrumpió en la ciudad  "!Están entrando también por el otro lado de la ciudad¡" una voz gritaba. No tardaron en producirse las primeras bajas republicanas.


Los republicanos tendieron la bandera blanca ante la superioridad legionaria, la respuesta de estos fue  acuchillar a los que se rendían y perseguir a los que huían. Registraban casa por casa en busca de más desertores, si encontraban a alguien le sacaban de sus casas y le rebanaban el cuello haciendo caso omiso a las súplicas de sus seres queridos, la fuerza legionaria era como un huracán que arrasaba violentamente con todo a su paso.


Alguien entró en la celda, era Santiago, con una herida de bala en el brazo dejando un reguero de sangre tras sus pasos, nos miró a Navarro y a mí, con la cara pálida del que acaba de ver la muerte pasar. Santiago dijo que el coronel Puigdendolas,quien dirigía a los cerca de seis mil milicianos que defendían la ciudad amurallada de Badajoz, había huido. Mientras se quitaba la ropa me pidió ayuda, me pidió que mintiera por él, que le hiciera pasar por soldado. Santiago apuntó con su fusil a Navarro, le ordenó que se quitara la ropa, decía que no quería agujerear y llenar de sangre su nuevo uniforme . Ante la negativa de Navarro a la orden, Santiago tiró su fusil al suelo y se abalanzó sobre mi compañero, rodeando sus manos sobre el cuello del preso.


Ante mí se presentó una difícil elección, dejar morir a mi compañero y así librarme del pelotón de fusilamiento, con el que en reiteradas ocasiones  me  había amenazado o cumplir con mi deber, ayudando al compañero en peligro. Decidí cumplir con mi deber como soldado, aquel bastardo de Santiago ya había tenido su oportunidad y no la supo  aprovechar. Rodeé las cadenas de mi cautiverio sobre su cuello, el cambia camisas arañaba mis brazos y pataleaba mientras sentía que se le escapaba la vida,pronto dejo de moverse, cogí las llaves que llevaba en el bolsillo para así liberarnos de los grilletes, Navarro y yo. Mi compañero me dio las gracias, me dijo que estaba en deuda conmigo y me prometió que nadie se enteraría de lo que yo hice por Santiago.


Por la noche la ciudad ya estaba  controlada por los cerca de cuatro mil hombres de Yagüe. El ataque había sido un éxito. En las jornadas posteriores, las ejecuciones masivas se sucedieron el la plaza de toros, incluyendo a mujeres, si estas mujeres tenían la fortuna de ser poco agraciadas, su muerte era rápida al igual que la de los hombres, de lo contrario , sufrían las torturas y las violaciones de los marroquíes regulares, para acabar al fin en una muerte cruel. Mi alma lloraba ante el caos y la destrucción, mi alma lloraba por las más de cuatro mil personas que murieron habiendo entregado la rendición, pero soy un soldado, los soldados no tenemos conciencia, acatamos órdenes, sean cuales sean y ayudamos al compañero sin interponer intereses personales. Yo soy un soldado sin conciencia, que se despierta cada noche entre sudores fríos, con las caras de niños, mujeres y hombres, a los que esta maldita guerra les quitó la vida.




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